El Cuadro


Levantó la mirada y lo vio otra vez. Otra vez. Ahí estaba. Sucio,de pintura. No la veía, si la miraba. Y en cada pincelada se robaba algo de ella. Se lo arrancaba desde adentro, desde un lugar que no era piel, no era sangre. Y sin embargo, estaba tan arraigado en ella, que dolía...por su pasión, y por un pedazo de lienzo que no latía como su corazón cada vez que lo miraba.

Se preguntó con sería morir y pensó, sonriendo levemente, que ya estaba muerta, porque su vida no era vida. Entrecerro los ojos y vio el moretón violeta en su pierna. Los fue cerrando más hasta que solo vio una mancha violácea en medio de la negrura. Se preguntó de nuevo cómo sería morir si ya estaba muerta, y entonces...

Dejó de respirar.

Mientras sus pulmones desesperados no le permitían pensar por qué la gente condenaba a los suicidadas, unas manos tomaban sus hombros, primero suave y después con violencia. Hasta que la soltaron tan repentinamente, que por un momento su conciencia, ya empezando a caer en la espesura de la nada, reaccionó en un instante. Pero ni toda ella había empezado ya a morirse cuando el contacto del agua helada hizo que despidiera, no para siempre, su feliz deseo.

El despertar fue frente a unos ojos duros y unos látigos en forma de mano humana. Mano de hombre. Del hombre que amaba.

Se encogió como solía hacerlo siempre que se sentía como florero roto o animal de carga. No gritó. Porque la muerte es muda y ella hace rato que se había convencido que estaba muerta. Pensó que si los moretones fueran de varios colores, seguro que en este momento parecería un arcoiris. Quizo reir, pero sintio miedo. A parecer loca, a que se enojara más, al sabor de la sangre, al dolor de la humillación, a él.

"No todavía ¿me entiendes? no hasta que termine el cuadro, ni se te ocurra intentarlo otra vez"

Le dolían hasta los sentimientos, pero con un gran esfuerzo logro incorporarse y ponerse en posición otra vez. Estaba molesto, y entre dientes mascullaba algo que no alcanzaba a oir. Discretamente observó su brazo, la marca de una mano enrogecía su piel. Era esa una mano ya conocida, no por las agresiones, sino por las caricias que poco tiempo atrás había disfrutado su cuerpo. Sintió frio derrepente. El ambiente estaba caliente, pero ella tenía frio porque no le gustaba estar desnuda pero más que nada porque no le gustaba recordar la época en la que había sido feliz.

Cuando se enamoró de un pintor. Cuando soñó con la vida. Cuando le propusieron matrimonio. Cuando comenzaron a pintarla en un cuadro.

Ahí se detuvo. Dolía. Recordar dolía.

Porque revivir los momentos de felicidad le hacían revivir automáticamente los momentos de tristeza. Fue entonces que sintió el frio otra vez, mientras recordaba que nunca le había dolido tanto la palabra puta como escucharla del hombre que amaba. Y lo peor de todo es que tenía razón. Solo que ella era la que quería decirselo, y no el tipo ese que en un arranque de despecho busco al único que de verdad le importaba en este mundo, y se lo dijo. Empezó a tiritar mientras recordaba a trazos cortos los gritos,los malos tratos, los primeros golpes...y la proposición.

Se dio cuenta de que las uñas se le empezaban a poner blancas, pero no les hizo caso, el recuerdo de las noches de constante humillación era más poderoso. Se veía a ella misma entre sábanas sucias, encogida como un florero roto o un animal de carga, odiándo a ese hombre que amaba por esperanza.

Le pesaban los párpados. Y su mente comenzaba a nublarse, los recuerdos se entremezclaban laberintistícamente, ocasionándole un agudo dolor de cabeza.

¿Te gustaría que te pinte? Aquí mismo en la plaza, si quieres. !Oigan todos, voy a pintar a la mujer más linda del mundo! Callate, Roberto, estás loco! Claro que estoy loco, mi amor, pero por tí mi musa, te amo. Yo también te amo. Qué es eso que me dijo el hombre ese que salió de tu casa ah? AH! Baja la voz que los vecinos te van a oir, entra a la casa. Yo no entro a ningún lado hasta que me expliques que es lo que está pasando. Roberto, mi amor yo te amo. Porqué no haces tu trabajo de puta, porque eso eres no? una puta, ya deja de llorar carajo. Por favor Roberto dejame ir, dejame. Nunca hasta que termine el cuadro, y agradece que seguimos juntos, que sigo viendo por ti. Me haces daño. Tu también me haces daño. Entonces porque seguimos juntos. Porque eso querías no? por eso no me dijiste nada. No quiero vivir así. No quiero vivir sin terminar este cuadro. Roberto. Qué quieres. Te amo.

El primero que se dio cuenta que estaba muerta fue Carla, que hace algunos años fue Carlos, pero ahora que ya nadie se acordaba de eso, no vale la pena mencionarlo. Carla, que ya llevaba varias semanas sin ver a su amiga, por fin logró reunir el valor suficiente como para enfrentarse a ese pintor bohemio que, estaba seguro, perdón, segura, que la maltraba. Estaba dispuesta a volver al porte de macho bruto que nunca tuvo con tal de defenderla.

Pero llegó demasiado tarde.

Desde el teléfono público de la esquina se convirtió en la llamada anónima que alertó a la policía de lo sucedido. No se atrevió a dar su nombre. Uno, porque todavía estaba legalmente registrado como Carlos. Y dos, porque sabía lo crueles que son los policías con los "raritos". Ya una vez le había pasado algo, no permitiría que pase una segunda vez. Le sorprendió la rapidez con la que su mente, en esas circunstancias, maquinara su venganza mientras por el otro lado de la línea un alertado policía, quizá su futura vícitma, le tomaba la declaración.

Y mientras desesperado, ahora sí en serio, le daba todas las indicaciones pertinentes, su mano derecha cogía firmemente el marco de un cuadro. Que a la luz de un sol de medio día relfejaba la figura a medio pintar de una hermosa muchacha sentada en la plaza que ahora mismo devolvía todo la alegría y el bullicio para cualquiera que se asomara a verla por la ventana.



2 comentarios:

Camila dijo...

Buena Lore me has tenido enganchada con la historia.Sigue escribiendo que yo seguiré leyendo tu blog.

Lore dijo...

:)